lunes, 17 de agosto de 2009

Rie, no son buenos tiempos para nadie

Pensando y pensando, me di cuenta que en el fondo, bien en el fondo, donde nadie nunca llegó, donde el sol no brilla y donde los finales felices son solo cuentos de niños, se encontraba un hombre sentado, apoyado en un árbol. Bebía de su botella y miraba las estrellas de la noche perpetua, con una melancolía propia de un soldado que recuerda al compañero de litera que pereció en batalla.
Astiado del mundo, se levantó y caminó hacia su hogar, donde no había una media naranja esperando con una cena romántica. No había un hijo que espere despierto una historia antes de dormir. Solo había una lata de atún a medio comer, una montaña de papeles para el fuego y una cama gélida, que no conocía otro cuerpo que el suyo.
Comió su atún, y bebió un poco mas. Prendió el fuego y bebió mas. Se metió a la cama, y dio el último sorbo a la petaca.
Cuando despertó, el invierno asotaba. 4 años habían pasado. Miró por la rota ventana y sonrió. Una vez mas se le había convocado. Él sabía que la felicidad no duraría mucho, y que lamentablemente, una vez mas sería guardado en lo mas profundo del pensamiento, pero ese momento de libertad lo llenaba de euforia. No esperaba salir hasta los 20 quizás 25 años, y sin embargo, esa débil muchacha había logrado apartar el manto de la noche con una pregunta. Una pregunta aparentemente intrascendental, pero que marcó un hito en su vida.
Por una vez en la vida del gigante, el hombre de la noche eterna salía resultado de una espontaneidad y no porque ya era hora.
En unos minutos, el hombre recogió la botella y le dio un sorbo entusiasmado, miró hacia el oscuro horizonte, esbozo una alegre sonrisa, elevó una risotada desafiante y juró que el ocaso le devolvió otra.
Cansado se metió a su cama, no sin antes dar un sorbo final a la botella.

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